ASI
FUNCIONA LA COSA, PIBE
Año 1990.
No había celulares y en los teléfonos públicos solo se podía hablar a través de
un cospel que se compraba en bares o kioscos.
Sucedió entonces que yo tenía que ir a buscar a mi hija al colegio y me hallaba
trabajando a varios kilómetros del lugar. Pasó que de repente hubo un paro de
trenes y para poder llegar tenía que poner en funcionamiento un plan B: Debía
tomar tres colectivos.
Aquello significaba llegar por lo menos media hora más tarde a
su salida de la escuela.
Necesitaba entonces hablar urgente a un amigo cuya hija iba a
ese mismo colegio y pedirle que la retirara junto a su hija y que la tuviera en
su casa hasta que yo llegara. Todo esto debía ocurrir antes de que él saliera
hacia la escuela porque, repito, no existían aún los celulares.
Comencé a buscar cospeles, pero nadie parecía tener uno y allí estaban los
teléfonos y yo sin poder hablar. Al décimo "no tengo cospeles" me
empecé a desesperar.
De repente llego a un bar, con poca luz, lleno de hombres rudos
que a esa hora de la tarde sudaban cervezas dentro de sus camperas de
cuero.
Allí, en la puerta, estaba el cartel que decía “teléfono
publico”. Entré sin pensarlo y le pedí al que atendía la barra, un
cospel.
El hombre me dijo que ya no le quedaban. Insistí, desesperado,
pero claro, aquel no era un asunto que se resolvería con mi insistencia, me
mostró la caja y sacó todo aquello que hacía ruidos.
“Solo tengo monedas, amigo”.
Cerré los ojos con fuerza y dejé caer mis hombros. No podía
tener tanta mala suerte. Pensaba en mi hija esperándome, buscándome en las
caras de los otros padres. Me odié y me di la vuelta.
Al llegar a la puerta, uno de los bravos hombres de campera de
cuero se me puso al frente cortándome el paso con su cerveza en la mano. En un
segundo pensé lo peor. Me planté frente a él. Me llevaba una cabeza de altura y
el doble de espaldas. Me dí ánimos, sería el desquite, podría
descargar…llegaría tarde y con un moretón en la cara, pero llegaría.
El hombre, sin soltar su cerveza, metió la mano en su bolsillo,
y sacó un cospel: “Andá y hablá”. Eso
solo me dijo.
Apenas lo ví en su mano, tomé el cospel y me lancé sobre el teléfono. “Hola, Edu… que
suerte que todavía no saliste, necesito que me hagas un favor enorme…”
El asunto estaba solucionado.
Me acerqué a la mesa del gigante que estaba con otros tantos grandotes en una
charla aletargada de esas en las que uno habla y los otros asienten.
Estaba de espaldas.
“Muchas gracias", le
dije tratando de llamar su atención, "¿Sabes? me
acabas de salvar , por esto del paro de los trenes no llegaba a buscar a mi
hija y tenía que avisarle a un amigo que la retirara, porque su hija es
compañerita y bueno, ya está, tengo como tres colectivos para llegar, con el
tren llegaba bien, pero...”
Entonces se dio vuelta.
Metí la mano en el bolsillo y le ofrecí la plata del cospel y más:“Gracias… en serio”.
El me miró. Miró a sus compadres. Luego me clavó los ojos sin tomar la plata.
Me sentí incómodo.
“Flaco, andá,
apurate”
“Por favor,
aceptalo”, insistí, “me salvaste”
Se paró y me tomó con una mano de los hombros. Me llevó aparte, como para que
los demás no escucharan y me dijo: “Flaco, esto no
funciona así. No entendés, me parece. A mi no me tenés que devolver nada… Un
día va a pasar que vos te vas a encontrar con alguien que necesite un cospel,
entonces, en ese momento, vos se lo vas a dar a él… Así funciona la cosa, pibe…
Y ahora apuráte, ¿Si? Dejá de boludear y llegá lo más rápido que puedas que te
espera tu piba”
Sentí algo parecido a la vergüenza, y rápidamente escondí la plata en mi
bolsillo y salí del bar. Cuando miré, él ya estaba de nuevo en la mesa dándome
la espalda.
Desde aquel día siempre llevé varios cospeles en mis bolsillos y otras tantas
cosas más para quienes lo necesitasen. Y siempre que pude dar, repetí la frase de
aquel gigante de la campera de cuero. "No me devuelvas
nada, un día te vas a encontrar con alguien que lo necesite, dáselo, así
funciona la cosa"
Cuando llegué, mi hija estaba tomando la leche. Dejó la taza,
corrió a abrazarme y me dijo "¿Nos podemos
quedar un ratito más, pa? Vamos a armar un barrilete"
Claro, ¿Porqué, no? Yo tenía 26 años y nunca había armado un
barrilete.
Era un buen plan.
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